jueves, 24 de junio de 2010

Noche de guardia

Empieza a llover en el campamento y dejo que el cielo limpie de la batalla el sudor y la sangre que bañan mi rostro. Cierro los ojos cuando las estrellas me observan y aparto los gritos que aun retumban en mi interior a pesar de que ahora quedan atrás, a lo lejos, en Stratholme. Agradezco la calma de la noche sentado fuera de la tienda que hemos puesto en las inmediaciones de la Capilla de la Esperanza de la Luz, y deshago mi coleta para dejar que descanse sobre mí, junto al agua -o lo más parecido al agua que se puede encontrar en estos oscuros lugares- que nos cae como una bendición. Las chicas se han merecido un largo descanso tras nuestra victoria y ahora duermen.

Sentado sobre un tronco, desato las correas de las botas para que mis pies descansen sobre el suelo mojado y con cuidado los masajeo para que estén listos para la batalla de mañana. Pienso en todo lo que han recorrido para llegar aquí, a las puertas de la cruzada, al campamento en las tierras de la peste. Un largo camino plagado de piedras y guijarros que jamás les han hecho retroceder, que jamás les han hecho ceder un palmo de terreno por descabellada que fuese la empresa que les guiaba. Jamás. Solo una vez detuvieron su avance, solo una vez frenaron sus pasos, sin cansancio ni rendición, solo aquella vez que hasta el tiempo se detuvo, y solo aquella vez para volver a caminar con aun mas decisión y voluntad. Caminar a su lado, no delante, ni tampoco detrás, yo con sus fuerzas y ella con las mías, siempre hacia delante.

Desato después mi coraza, y la aparto de mí para cubrirme con cada uno de sus guiños de complicidad; el recuerdo de sus abrazos, ahora tan lejanos, protege más mis músculos que el más duro de los aceros, y cada una de sus sonrisas que guardo honroso a cien mil espadas harían estremecer. Dejo que la lluvia arrastre todo lo que esta tierra se empeña en arrojarme para ocultar lo que soy, dejo que el agua acabe con todo lo que no es ella. Abro los ojos para encontrar los suyos en la bóveda donde los dioses moran y me muestran altaneros que solo la profundidad de todos los mares de los cielos es comparable a su mirada y, desafiante, les sonrío. Comienza a llover con fuerza y oculto las piezas de la armadura, tras limpiarlas, bajo las lonas, más yo fuera permanezco, en pie, mirando la extensión de tierra muerta que nos rodea. Sintiéndome más vivo que nunca, acaricio la pequeña piedra que guardo en un saquito de cuero colgado de mi cuello con una fina y resistente cadena plateada, a la altura del pecho.

Siento el frío cuero que me viste, ahora empapado, relajar y revitalizar a la vez mis cansados músculos y, aferrado a mi noble espada, que jamás guardo, alzo el rostro y dirijo mi vista hacia el oeste más allá de los bosques, los montes y los mares, y siento a lo lejos el calor del hogar. Mi hogar. Donde ella está ahora y donde a mí me gustaría estar.

Mas es la hora del deber y regresaré cuando pueda apartar todo el mal que nos amenaza, para eso estoy aquí en este terreno muerto y embarrado, rodeado del peligro junto a mis hermanas de armas. Regresaré y terminaré con el enemigo, para que juntos podamos subir a nuestro balcón, para que juntos podamos hacer realidad todos y cada uno de los planes, y para que este humilde y llano soldado pueda alzarse sobre las nubes y mirar al sol de igual a igual, pues lo hará como el digno, honorable y orgulloso esposo de la mas bella, noble y capaz elfa que jamás osó imaginar el más osado escultor, ni el más instruido y hábil poeta.

He de contar mucho sobre lo que aquí hemos hecho, hacemos y haremos, pero ahora, como cada noche, simplemente la echo de menos.

2 comentarios:

Wilwarin dijo...

Qué bonito, qué romántico, qué hermoso.

Me encanta, sigue así!

Percontator dijo...

^-^ Ella lo ha dicho. ¡Y Gracias por escribir! :3

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