lunes, 28 de junio de 2010

El día de ayer

Amanece sobre las tiendas, ha dejado de llover, veo que Kiri y Guaxara han salido temprano. Me desperezo con unos pequeños ejercicios que revitalizan mi sangre y hacen que asome por algunas de las heridas que el día de ayer me ocasionó. El movimiento por el campamento es constante, no hay hora de descanso ni momento de guardia baja. Alrededor de la capilla los soldados preparan sus equipos, atienden a sus monturas, entrenan o charlan serios sobre la limpieza que aun se está llevando a cabo en estas tierras, de todo lo que queda aun por trabajar. Dentro de la pequeña iglesia siguen discutiendo los dirigentes de las cruzadas, no me interesa su discusión, pues el recuerdo de la batalla no me hace sino sonreír ante la palabrería, ellos no estaban ayer.

No estaban ayer cuando entramos a la ciudad tras atravesar a sangre y acero estos campos plagados de maldad salvaje. No estaban cuando los tres solos cruzamos el umbral de lo que antaño fue una próspera ciudad convertida hoy en las ruinas de la vida.

Si queremos acercarnos a la Cruzada Argenta debemos ayudarles en sus tareas, y lo que ahora nos atañe es acabar de una vez con los restos de la plaga que infectan las calles de Stratholme. Murmurando sagradas palabras nos armamos de luz y encaramos con rostros serios las silenciosas calles que ante nosotros asomaron. Miré a mis hermanas y, solo cuando asintieron, comenzamos a andar hacia aquellos seres que deambulaban en todas direcciones, sin orden ni fin, superando en número lo que debería ser llamado como “restos”. Era el momento de actuar y así lo supimos.

Sentí la luz fluir a través de Kirisse y de Guaxi hacia mí, y sacando de mi cabeza cualquier pensamiento que pudiera distraer a mi instinto fijé la mirada sobre las presas del fondo del callejón. Cargué con un grito salvaje que hizo que volviesen sus deshumanizados rostros hacia mí y empezaran a correr en nuestra dirección. A mi derecha corría Guaxara, con decisión, hasta que tras el primer encontronazo nuestros aceros comenzaron a dialogar con el enemigo. Era la primera vez que portaba un arma de una sola mano, y la primera que llevaba escudo, por lo que me costó una decena de peleas habituarme a defender. Debía resguardar a Guaxi de los ataques de esos seres mientras ella con una habilidad sorprendente les hacía caer uno tras otro, y tras otro, y tras otro como hojas de otoño a nuestros pies, su ennegrecida sangre pronto cubría las piedras a nuestro paso constante y decidido.

Tras arduos combates fruncí el ceño al ver que mi brazo no se fatigaba y que las heridas que recibía apenas me dolían. Muchas veces, cuando he combatido, la adrenalina, el entrenamiento y la predisposición del soldado han hecho que olvide el dolor para seguir peleando, pero ayer era diferente, realmente no me dañaban. Sin bajar la guardia, ni el escudo, examinaba mis golpes mientras arremetía contra otra horda de aquellos furiosos muertos levantados, y cada vez que me herían no solo veía una luz cerrar la herida, sino que sentía la corriente vital de aquella fuerza vibrar a través de mi cuerpo. Volví la vista y allí estaba Kiri, con los brazos alzados, resplandeciente y rodeada por un aura dorada, haciendo con su esfuerzo que no cediésemos ni un palmo, pues nos llenaba de vida con cada uno de sus sagrados gestos y murmullos. Guaxara y yo podíamos arrojarnos seguros contra la muerte, pues con Kirisse a nuestro lado sabíamos que la Luz estaba con nosotros. Una de las razones de mi camino hacia el Alba es poder comprender la Luz y saber usarla, y qué mejor lugar para ello que aquí, con ella.

¿Qué siente uno cuando mata a un muerto? Que cumple con un deber natural. Aquellos hombres y mujeres que no hace demasiado tiempo trabajaban, reían, se querían u odiaban -que más da-, hoy no son más que un terrible error existencial, y nuestro sagrado deber para con la vida nos obliga a guardar el orden natural de la existencia, y por lo tanto corregir los errores que atentan contra este. Acabando con la plaga no solo luchábamos por el plan de la vida, sino que devolvemos a los linajes los ancestros con el honor que merecen.

Así pues, la luz se abrió paso entre las tinieblas de la muerte y con compasión aniquilamos a todos cuantos se cruzaron en nuestro camino.

Con los rostros bañados en sudor, sangre y cenizas, nos abrimos paso hasta que la Luz chocó contra la Luz: habíamos llegado a la zona controlada por la Cruzada Escarlata. Al vernos no dudaron en atacarnos, pues toda presencia en esta ciudad la comprenden como infectada. Como en tantas otras ocasiones, ni siquiera me planteé el darnos la vuelta: atacamos.

¿Realmente estábamos luchando contra la plaga atacando a los cruzados? no lo se, ni me importa, porque cuando la batalla de desata la supervivencia prima sobre la razón, y oleada tras oleada resistimos los fanáticos ataques de aquellos hombres y mujeres vivos que defendían su bastión. Si la Luz se enfrenta a la Luz solamente el resultado dará la razón a unos y el honor de la lucha hasta el final a otros.

Una dura resistencia de aquellos soldados que jamás retroceden nos obligó a batirnos con todas nuestras fuerzas hasta terminar sin aliento y respirando con dificultad en las escaleras del portón de acceso a la fortaleza. Pasillos repletos de cruzados, salas defendidas por soldados y sacerdotes, y finalmente ...


¿Qué nos lleva a los hombres y mujeres a sangrar por una causa? yo lo tengo claro, ellos también. Pienso entrar en la Cruzada Argenta pero las razones de su lucha son suyas, no mías. Esta gente, los cruzados escarlatas, en las Tierras de la Peste está luchando también contra la plaga y se les ve siempre en la línea del frente, a menudo me han mandado a luchar contra ellos, o a robarles reliquias que guardan, no es mi cometido el preguntarme el por qué. Lo que sucedió en Stratholme me hizo comprender que la causa de un cuerpo militar no es la que abandera el soldado, la causa que deciden los líderes en las reuniones como la de la Capilla no es la razón por la que un soldado muere, pues a menudo ni sabe quien es quien da las órdenes y que fin persiguen estas. Hay infiltrados malignos en la Cruzada Escarlata, ayer lo vimos con nuestros propios ojos, pero tampoco se quien dirige la Cruzada Argenta. La Cruzada Argenta no tiene líderes, dicen, pero la jerarquía es latente. Ningún ejército puede sobrevivir a tantas batallas sin que tenga un estricto orden interno y cuando los cruzados me comentan que la Cruzada Argenta no tiene cabezas visibles deduzco que las tiene invisibles, porque no son los que luchan con nosotros los que acuden a las reuniones ni los que toman las decisiones de importancia. Los cruzados que ayer abatí desconocen lo que vimos, simplemente luchan por lo que creen bueno al igual que nosotros, y valor no les falta. Mas no me arrepiento de nada.

Siempre recordaré a aquella muchacha escarlata, sola, observando desde el camino a lo lejos las terribles ruinas de Andorhal, frente a ella hordas de muertos levantados la miraban con la locura de aquellos que solo responden a los colmillos de la condenación.

Sola empezó a caminar decidida en dirección a la ciudad, desenvainando su humilde espada y sola luchó y sangró por la Luz, por la vida. Uní mi espada a la suya, más cuando acabamos con el primer embate me lanzó una furiosa mirada que comprendí al momento. Yo no era nadie para entrometerme en su heroico desenlace vital… por lo que me aparté y vi desde la loma como tras una plegaria se adentró en la ciudad con los hombros hacia atrás y la cabeza erguida con orgullo.

Ahora veo llegar a Kiri y a Guaxi, sonrío con honra y como aquella cruzada me cuadro orgulloso, pues mi honor corre por ellas dos y mi deber reposa sobre la firmeza de este escudo. Este escudo que he de aprender a utilizar, al igual que la sagrada Luz.



jueves, 24 de junio de 2010

Noche de guardia

Empieza a llover en el campamento y dejo que el cielo limpie de la batalla el sudor y la sangre que bañan mi rostro. Cierro los ojos cuando las estrellas me observan y aparto los gritos que aun retumban en mi interior a pesar de que ahora quedan atrás, a lo lejos, en Stratholme. Agradezco la calma de la noche sentado fuera de la tienda que hemos puesto en las inmediaciones de la Capilla de la Esperanza de la Luz, y deshago mi coleta para dejar que descanse sobre mí, junto al agua -o lo más parecido al agua que se puede encontrar en estos oscuros lugares- que nos cae como una bendición. Las chicas se han merecido un largo descanso tras nuestra victoria y ahora duermen.

Sentado sobre un tronco, desato las correas de las botas para que mis pies descansen sobre el suelo mojado y con cuidado los masajeo para que estén listos para la batalla de mañana. Pienso en todo lo que han recorrido para llegar aquí, a las puertas de la cruzada, al campamento en las tierras de la peste. Un largo camino plagado de piedras y guijarros que jamás les han hecho retroceder, que jamás les han hecho ceder un palmo de terreno por descabellada que fuese la empresa que les guiaba. Jamás. Solo una vez detuvieron su avance, solo una vez frenaron sus pasos, sin cansancio ni rendición, solo aquella vez que hasta el tiempo se detuvo, y solo aquella vez para volver a caminar con aun mas decisión y voluntad. Caminar a su lado, no delante, ni tampoco detrás, yo con sus fuerzas y ella con las mías, siempre hacia delante.

Desato después mi coraza, y la aparto de mí para cubrirme con cada uno de sus guiños de complicidad; el recuerdo de sus abrazos, ahora tan lejanos, protege más mis músculos que el más duro de los aceros, y cada una de sus sonrisas que guardo honroso a cien mil espadas harían estremecer. Dejo que la lluvia arrastre todo lo que esta tierra se empeña en arrojarme para ocultar lo que soy, dejo que el agua acabe con todo lo que no es ella. Abro los ojos para encontrar los suyos en la bóveda donde los dioses moran y me muestran altaneros que solo la profundidad de todos los mares de los cielos es comparable a su mirada y, desafiante, les sonrío. Comienza a llover con fuerza y oculto las piezas de la armadura, tras limpiarlas, bajo las lonas, más yo fuera permanezco, en pie, mirando la extensión de tierra muerta que nos rodea. Sintiéndome más vivo que nunca, acaricio la pequeña piedra que guardo en un saquito de cuero colgado de mi cuello con una fina y resistente cadena plateada, a la altura del pecho.

Siento el frío cuero que me viste, ahora empapado, relajar y revitalizar a la vez mis cansados músculos y, aferrado a mi noble espada, que jamás guardo, alzo el rostro y dirijo mi vista hacia el oeste más allá de los bosques, los montes y los mares, y siento a lo lejos el calor del hogar. Mi hogar. Donde ella está ahora y donde a mí me gustaría estar.

Mas es la hora del deber y regresaré cuando pueda apartar todo el mal que nos amenaza, para eso estoy aquí en este terreno muerto y embarrado, rodeado del peligro junto a mis hermanas de armas. Regresaré y terminaré con el enemigo, para que juntos podamos subir a nuestro balcón, para que juntos podamos hacer realidad todos y cada uno de los planes, y para que este humilde y llano soldado pueda alzarse sobre las nubes y mirar al sol de igual a igual, pues lo hará como el digno, honorable y orgulloso esposo de la mas bella, noble y capaz elfa que jamás osó imaginar el más osado escultor, ni el más instruido y hábil poeta.

He de contar mucho sobre lo que aquí hemos hecho, hacemos y haremos, pero ahora, como cada noche, simplemente la echo de menos.

miércoles, 9 de junio de 2010

Antes de partir

“...los valores que nos guiarán en la vida, valores que no pueden ser otros que el amor por nuestra gente y la fuerza y el valor para defenderles...”


A menudo pensaba dónde me guiará la vida, qué conseguiremos o cuando terminará todo, sin caer en que lo vital de todo ello no es el “qué”, ni el “cuando”, sino el “con quién”. Tampoco el “cómo”, pues si tenemos la dignidad para mantener a los nuestros a nuestro lado las razones o los actos poco importan, seremos dignos de ser llamados hombres. (Siempre refiriéndonos con “hombre” al término “varón”). Lo que no importa, el resto, se desmorona al primer soplo de aire, todo lo construido sobre cualquier terreno que no sea el de los lazos de sangre o el espíritu está predestinado a caer tarde o temprano, como las ruinas de un viejo castillo arrasado por los siglos sin nadie para mantenerlo ayer, sin nadie para restaurarlo hoy.


Esos castillos son los que veo en mi camino y dejo atrás mientras avanzo hacia el frente. Todo el pasado que un joven puede tener atrás queda, aun en pie, para pronto caer piedra a piedra como el inexorable reloj de arena que va vaciándose ante los impotentes ojos del materialista codicioso, que ve como es incapaz de detener aquel pequeño e insolente aparato que le acerca de forma inevitable hacia su ruina. No los quiero. Atrás dejo también muchos sueños que desaparecen al abrir los ojos, así como muchas de las pretensiones que en mi inocencia creí honorables. A mucha gente también. Todo ello dejo atrás, sin dudar, sin volver mi rostro ni lamentarme en exceso, con la cabeza alta.


Tampoco lanzo mi vista hacia adelante, pues quien solo mira al futuro, quien fija su mirada al frente como el caballo de batalla, o el asno del arado, jamás tendrá constancia de lo que tiene a su lado. Jamás será capaz de unirse a nadie en el camino, y jamás será capaz de mantenerles consigo.


Medito esto cuando ahora despojado de todo lo inútil y armado por la voluntad es cuando decido mi vida. La luz a lo lejos me muestra la virtud, la fuerza y la victoria. Me muestra todo lo bueno del mundo una vez que el triunfante sol eterno ha apartado a las tinieblas de su alrededor. Me muestra la claridad del bien absoluto. Sí, la decisión está tomada, la sagrada Luz me señala el camino en un amanecer hacia el que dirigiré mis pasos.Pero antes de mirar al horizonte, antes de soñar siquiera con ser paladín no puedo sino mirar hacia mi lado y constatar quien soy y lo que soy. Es mi deber. Atrás queda aquel plan perfecto: un soldado no puede crear lazos que le frenen en la batalla, no puede crear sentimientos que arruinen la estabilidad de nadie el día que llegue su hora de caer, porque en cualquier momento un soldado puede escribir la última línea de su parte de campaña. Qué error. Qué tremendo error. Solo hizo falta que ella llegara como un sol ardiente en plena noche y me hiciera ver que aquella poderosa fortaleza que había levantado estaba vacía. Temari apareció e hizo tambalear el suelo bajo mis pies, todas y cada una de las inestables piedras que pensé irreductibles. Quebrada la coraza entró ella, y solo un hombre tiene la entereza de volver a levantar los muros para que nada pueda romperlos de nuevo ahora que están habitados por lo más sagrado de este mundo. Yo los he levantado con corazón, espíritu y palabra, ahora sí puedo caminar hacia la Luz pues se que lucho por lo más sagrado.


Lo más sagrado, en efecto, es el honor de la fidelidad, el honor de la defensa y lucha por un inquebrantable lazo de palabra y acción, del ahora y del mañana. Pues solo la palabra dada y la firmeza pueden sostener a un hombre. Y un hombre solo se puede considerar como tal si se encuentra victorioso en los ojos de su mujer.


Mi camino hacia la Luz comienza, si, pero esto ha de quedarme claro, pues de nada sirve la Luz del paladín sin el propio paladín, y de nada sirve el propio paladín si ni siquiera es un hombre.

miércoles, 2 de junio de 2010

El comienzo de una vida


Si existe algo verdaderamente importante y sagrado en esta vida es la familia.


Hunde las raíces de su linaje en los comienzos de la historia y desde allí transporta su fuerza vital a través de los lazos de sangre hasta los más nuevos brotes. Es tradición en mi familia plantar un árbol en la entrada del hogar, un árbol que crecerá robusto como símbolo y fortaleza de nuestra unión. Junto a ese árbol crecemos y en ese árbol jugamos, a él le abrimos nuestro interior cuando bajo sus hojas reflexionamos, y en él hallamos el cobijo de padres, abuelos y ancestros que ya no están. En torno suyo aprendemos, reunidos en familia, los valores que nos guiarán en la vida, valores que no pueden ser otros que el amor por nuestra gente y la fuerza y el valor para defenderles.


Al ver los profundos lazos que unían a aquellas elfas pensé que sería un buen regalo, y a medida que fue avanzando la celebración supe que el vínculo que las unía era poderoso y también cálido, por lo que entregué con toda mi ilusión, sinceridad, y reconocimento la semilla que guardaba envuelta en hojas a la dama Wilwarin, como regalo para su hija, la pequeña Sunniva.


-Algún día, cuando tengas una bonita casa en el medio de un magnífico bosque planta esta semilla cerca de la puerta. -le dije a la risueña niña. Estaba radiante, encantada de ser el centro de atención el día en el que cumplía tres meses. Wilwarin me sonrió.


Wilwarin había preparado todo un despliegue de comida y bebida del que todos estábamos disfrutando. La tarde era perfecta en Cima del Trueno y la tienda que pudimos ocupar era lo bastante amplia como para albergar una fiesta de estas características. Se había reunido gran parte de su familia, pero lamentablemente no estaba al completo, son tiempos difíciles y se ha sufrido demasiado. Aun así, la asistencia de Andúne, el hermano pequeño de esta, había logrado que viese a Wilwarin feliz por unos momentos, y eso es algo que no había visto desde que tengo la suerte de conocerla. De haberla conocido el día que salvó mi vida.


A mi derecha estaban mis hermanas de armas Kiri y Guaxara, la una sin dar tregua a los pasteles y la otra con su extraordinario saber estar en toda situación. A día de hoy, cuando he perdido todo rango, blasón y bandera, incluso mi ciudad y mi patria, las observo y veo en ellas a mi ejército, a mis amigas, a mis hermanas. He perdido mucho, pero he ganado aun más.


A mi lado está Temari, mi Temari, con quien me quedé una vez terminada la celebración. Llegué a la fiesta sintiéndome cercano a ellas, pero con tan solo dos palabras mi vida ha dado un giro vital. Dos palabras que me dijo al quedarnos solos y que como una salva de cien cañones han derribado todos los muros que pudieran separarnos, uniendo las ramas de mi árbol con las del suyo hasta que el mundo deje de ser mundo, porque si existe algo verdaderamente importante y sagrado en esta vida es la familia, y de los presentes, de mi padre y de mi madre, es decir, de mi familia, es de quienes quiero hablar.


Mi nombre es Lohengrin vel Noerth, soy soldado.